[Contra]públicos

Hay un tema que nunca ha estado presente en los debates del arte español: la inclusión. En un país donde la pobreza nunca ha desaparecido, al contrario, desde el inicio de la crisis se ha multiplicado; donde en pocas décadas hemos pasado de tener dos millones de emigrados españoles en el extranjero a recibir cinco millones de inmigrantes, siete si contamos los nacionalizados; donde hay una comunidad, los gitanos, que lleva cinco siglos soportando violencias sistemáticas; en un país donde los desequilibrios parecen irremediables y hay unos problemas de exclusión que garantizan futuras explosiones sociales, el debate sobre la inclusión nunca ha estado presente ni en la obra de los artistas ni en el discurso de las instancias públicas.

El mapa institucional de Madrid es explícito en este sentido: una altísima concentración de museos en el centro de la ciudad, destinados a dotarlo de contenido turístico, y ningún proyecto que atienda a las bolsas de exclusión que persisten y crecen no sólo en la periferia, sino en esas mismas zonas privilegiadas por la cultura. Incluso los dos espacios “excéntricos”, Matadero y CA2M, tienen una vocación contraria a la que inicialmente podríamos suponer por su ubicación. Matadero es parte de una agenda de gentrificación que enviará nuevos marginados a márgenes más lejanos, y el programa del CA2M se ajusta a los estándares más bajos del mainstream, ignorando que el territorio es en realidad su factor más determinante. De hecho, ninguna institución cultural de Madrid dispone de la metodología necesaria para establecer el diálogo con eso que llaman “nuevos públicos”. Además tengo la impresión que los nuevos públicos se entienden como audiencias a captar, como bolsas de población que podrían consumir los mismos productos que ya se están ofreciendo, y que para llegar a ellas sólo hacen falta un marketing más potente y programas pedagógicos que los introduzcan en los lenguajes al uso.

En realidad los nuevos públicos no son audiencias que se puedan captar, porque no son nuevos, son “otros”. Incluirlos supondría construir — facilitar que construyan — otros espacios con otros contenidos. En cierta ocasión escuché en una seminario en el Reina Sofía que no hay un afuera (¿del arte, de la institución, de la política?), pero yo he visto siempre más afueras que adentros. Quizás la experiencia de haber vivido tanto tiempo en México me ha hecho más sensible a esos afueras, porque allí son insultantemente obvios. Los nuestros se disimulan, se disfrazan o se criminalizan, lo único que no se hace es pensar en incluirlos.

El concepto de contrapúblico, desarrollado por la socióloga norteamericana Nancy Fraser en un contexto muy diferente, define bien la naturaleza de estos afueras:

… Miembros de grupos sociales subordinados — mujeres, trabajadores, gente de color, gays y lesbianas — han encontrado ventajoso repetidamente el constituirse en públicos alternativos. Propongo llamar a estos subalternos “contrapúblicos”, para señalar que son arenas discursivas paralelas donde los miembros de grupos sociales subordinados inventan y circulan contra-discursos, para formular interpretaciones discrepantes de sus identidades y necesidades. (Fraser 1992)

A lo que el también norteamericano Michael Warner añade:

Un contrapúblico mantiene igualmente, lo sepa o no, conciencia de su estatus subordinado. El horizonte cultural contra el que se señala a sí mismo no es sólo uno general (…) El discurso que lo constituye no es meramente un idioma diferente o alternativo, sino uno que en otros contextos se vería con hostilidad. (Warner 2002)

Traté este tema por primera vez en el ensayo Micromuseos, en 2006.

El concepto de Antimuseo deriva directamente de este término. Frente a la propuesta del Ojo Atómico a principios de los años 90, cuando aún era importante crear un espacio de experimentación para los artistas, puesto que instituciones y mercado se mostraban, en el mejor de los casos, poco interesados por una renovación formal que se fraguaba lejos de las técnicas tradicionales como la pintura y la escultura, a mitad de la primera década del siglo XXI dichas innovaciones ya habían sido fagocitadas por el sistema y lo que emergía como un nuevo desafío era crear un espacio que fuese alternativo para el público, no para los artistas. Construir espacios donde otros públicos, los contrapúblicos, pudiesen tomar forma y adquirir conciencia de sí y agencia. No se trataba de enseñar, de atraer, sino de aceptar el afuera como un lugar donde también se produce cultura.

La serie de experiencias que iniciamos para aterrizar esta teoría en una práctica artística — me desagrada el término curatorial — culminaron con el Centro Portátil de Arte Contemporáneo, proyecto que se desarrolló en la Ciudad de México en 2008/2009. No es éste el lugar para un análisis en profundidad del CPAC. En términos generales funcionó como esperábamos y nos dio las pautas para comprender mejor los mecanismos de exclusión del museo e iniciar una nueva etapa de investigación, que quizás tome forma en un futuro próximo.

Volviendo a Madrid, el modelo desarrollado por los gobiernos del Partido Popular ha concentrado enormes recursos en muy pocas infraestructuras y ha tendido a producir un espacio de consumo en el centro de la ciudad; o dicho a la inversa, a fomentar el consumo de determinados espacios urbanos. La periferia ha quedado invisibilizada, en tanto que se da por hecho que sus habitantes deben desplazarse al centro a consumir — espacio y cultura, entre otras mercancías. Aquellos que no pueden o no quieren acercarse al centro no cuentan, son superfluos para una articulación urbana que busca la maximización de beneficios. Colectivos cada vez mayores de jóvenes sin empleo, inmigrantes de distintos grupos étnicos, personas en el umbral de la pobreza, etc. habitan este espacio segregado, sin posibilidades de construir sus propias identidades a través de sistemas expresivos — de la cultura — de constituirse como contrapúblicos. Es una violencia cultural que desemboca de manera casi inevitable en violencia material, como hemos visto en repetidas ocasiones en París y Londres. Las soluciones que aporta el estado español, no hace falta decirlo, son policiales.

Sin embargo hay otras opciones, y son opciones que se construyen desde el arte y la cultura.  Este es un tema que no tiene nada que ver con el análisis de los espacios alternativos versus instituciones formales que he venido desarrollando hasta ahora, donde todo el juego estaba en una campo social conocido y de alguna manera amistoso. La crítica de las políticas culturales de Madrid requiere una reflexión que vaya más allá del arte como lo hemos estado entendiendo hasta ahora, incluso por parte de los creadores más políticos, y que traslade el debate a los lugares que no son para el arte, que no necesitan al arte, y que no han interesado nunca al arte y los artistas.

Después de la Semana Santa empezaré a publicar una serie de entrevistas que abordan temas concretos — inclusión social, equidad de género, pedagogía… —  para abrir una fase propositiva en esta serie de textos. La primera de ellas con Liliana López Borbón, académica de origen colombiano afincada en la Ciudad de México, con una amplia experiencia en inclusión social y en prevención del delito a través de la cultura.

Como bono por un artículo tan breve incluyo un vídeo que realicé hace dos años, donde expongo de manera más gráfica mis críticas sobre el Madrid que se ha construido bajo los gobiernos del Partido Polular:



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